miércoles, noviembre 07, 2007

Lentitud en la cultura

Vivimos un ajetreo cultural que se opone á la cultura de la lentitud. Existe un exceso de cultura, o, más bien, un predominio de la falsa y frenética. Hay una cultura del recogimiento y otra de la alteración.



«MAÑANA volveré a valorar la suerte de estar vivo todavía». Así termina Pierre Sansot su ensayo Del buen uso de la lentitud (Tusquets), diatriba contra el ajetreo y la prisa y encomio de la lentitud y del valor de las pequeñas cosas cotidianas. «A mis ojos, la lentitud es sinónimo de ternura, de respeto, de la gracia de la que los hombres y los elementos a veces son capaces». Si despreciamos lo insignificante, despreciamos la mayor parte de nuestras vidas; algunos, toda. Hay palabras que no están de moda y cuya ausencia testimonia en contra de la estrechez de una época. Por ejemplo, gratitud, deber, sufrimiento, escucha, recogimiento, lentitud.

Vivimos un ajetreo cultural que se opone á la cultura de la lentitud. Existe un exceso de cultura, o, más bien, un predominio de la falsa y frenética. Hay una cultura del recogimiento y otra de la alteración. Si cultura es cultivo del espíritu, sólo la primera lo es verdaderamente. La otra es puro espasmo. La cocina del espíritu requiere fuego lento. Pero somos convocados a la prisa, a la agitación, a la dictadura de la cantidad. Hay que leer quinientos libros al año, patear cincuenta exposiciones, resbalar sobre doscientas películas, someterse a cien representaciones teatrales y a otros tantos conciertos. Pero no basta con eso. Titanes de la cultura, debemos leer tres o cuatro periódicos, una veintena de revistas; defendernos de la televisión durante tres o cuatro horas al día, escuchar la radio otras tantas. Además tenemos que ser enólogos, ascetas, activistas, hedonistas, viajeros, gastrónomos, hombres de mundo, voluntarios, solidarios, militantes y en los ratos libres, padres, hijos y amigos. ¿Quedará tiempo para la lentitud, tiempo para leer un libro, mirar morosamente un cuadro, ver una película, acaso por quinta vez, observar cómo juega un niño o rezar?


Si no me equivoco, aprende más quien mira lentamente, con los ojos del espíritu, un solo cuadro genial que quienes se fatigan en esas «grandes superficies» de la cultura en que se convierten exposiciones y museos o en ese turismo cultural que obliga a resbalar la mirada sobre cien obras maestras en quince minutos. Nada más extravagante hoy que casos como el de Víctor Erice: muy pocas películas, pero todas buenas, incluso lentas. Ese prodigio de morosa espiritualidad que es El sol del membrillo. Toda la acción «reducida» a pintar un cuadro. «¿Acaso es eso cine?», se preguntará el fatigado cinéfilo. Alguien nos interpela: « ¿Pero aún no has leído X ni visto Y». « No he podido aún. Lo siento. Estoy leyendo a san Agustín y a Séneca y acabo de ver «El hombre tranquilo».


La verdad es que al ajetreo cultural se añaden la impostura y el fingimiento. Perdemos el gusto por las cosas bien hechas, con lentitud. Cabe también una alineación cultural. No debemos tener prisa. Démonos tiempo. Como escribe Pierre Sansot, «la cultura no es un lujo, una diversión como con frecuencia se repite , sino una tarea para ser uno mismo y para que los otros se conviertan en ellos mismos».




Por Ignacio Sánchez Cámara
En «El Cultural», de ABC,
nº 626, 24.01.04

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